La paz es un condición de máxima quietud interior, de mínima fricción, de máxima eficiencia.
La paz es un estado de conciencia en el que somos de verdad sensibles a un amor que nos libera.
Es el punto donde confluyen, se armonizan y se encauzan nuestras fuerzas hacia el alma.
La paz es equilibrio, sentido de las justas proporciones que conduce a la justicia.
La paz es el centro en que resuena la voz de la conciencia, la eterna voz del alma.
La paz es fondo, raíz, tierra fértil que despierta el plan del fruto de la vida que duerme en la semilla.
La paz es la elocuencia del silencio entre nosotros, es la belleza de la sencillez, es la grandeza de la humildad.
La paz es el centro que contiene nuestra energía nuclear, la fuente de nuestra radiactividad, el núcleo cierto e invisible del que brota el amor incondicional.
La verdadera paz es un estado de ser, no una estancia transitoria o una estrategia de adaptación, sino la instancia del ahora y aquí, el secreto de la no localidad de los espacios y la eternidad de los momentos.
Jesús nos dejó el legado precioso de la paz. Démonos Su paz que puede ser hoy nuestra paz. En la mirada, en la sonrisa, en la oración, en el silencio, después del ritual sagrado, en el trabajo,
démonos la paz,
que la paz es Su herencia y nuestra mayor fortuna.
Desde esa Su paz que es nuestra paz, la serenidad y la confianza son savia y raiz de la esperanza, esa que todos albergamos para construir con todos los países una sola Tierra Patria. Que Pangea, Gaia, nuestra bella tierra sea, para nosotros todos, Madre tierra, Pacha Mama, espacio sagrado de la Paz.
Jorge Carvajal
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